Amedrentar sin escrúpulos. Enfrentamiento contra fuerzas oscuras. Una visita relámpago a Papayoda en Guaybacoa. El llanto de abuela Fefa. Una obra de pavimentación de grandes proporciones. Nos capacita el Padre de los pavimentos venezolanos. Sigue girando la rueda de la fortuna, y no nos da su mejor cara.
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¡¡¡Pam!!! ¡Ring! ¡Ring! ¡Buaaaaa! ¡¡¡Buaaaaa!!!
Mi cabeza y todo mi cuerpo fueron a parar encima de mi copa de vino, en la mesa de la minisala de mi tráiler. Era viernes, casi a las 6 de la tarde, y estaba compartiendo un buen vino con Lorena, cuando sentí un empujón en mi cabeza, pero no lo recuerdo como una mano, o un objeto duro, sino como un empujón de alguna forma de energía, algo sin masa, pero con la capacidad de hacer tal cosa. Todavía aturdido, miré a Lorena que, en el otro lado de la mesa, y salpicada toda su carga y brazos por el vino, estaba con la boca abierta. Si no es porque ella me aseguró que también había escuchado el golpe, el sonido de una campana de bicicleta, y el llanto repetido de un bebé, creo que me estaría volviendo loco. Mientras me limpiaba y recogía el tiradero de vino, no dijimos una palabra, solo nos mirábamos con los ojos redondos como soles del puro espanto.
Esto volvió a ocurrir la semana siguiente, sí, el viernes, prácticamente a la misma hora. Esta vez no hubo golpe, pero sí el aterrador campaneo y el llanto insoportable del niño. El sonido venía de algún lugar en el espacio de la minisala del tráiler, pero ni Lorena, que esta vez volvía a estar conmigo, ni yo sabíamos decir de dónde exactamente venían ni el ruido, ni el llanto.
La tercera semana volvió a ocurrir. Pero antes, durante la semana, en mi oficina, escuché una voz de un hombre como del campo, que con voz chillona me decía: “¡Ingeniero, ingeniero, esto no se va a quedar así, ingeniero1”; igual que con el niño y la campana de bicicleta, la voz venía de ninguna parte. Llamé a seguridad para comentarles que un hombre había estado en mi oficina. Ellos no tenían reportado a nadie extraño como visitante; además, yo no podía darles ninguna descripción física porque no los había visto. Les pedí que buscaran en los videos de seguridad del edificio, y tampoco tuvimos suerte en identificar nada raro. Con la frase del señor, entendí que Esteves debía estar detrás de esto.
Yo ya estaba desesperado. En las noches no dormía completo, pensando en la perspectiva de encontrarme otra vez con el ruido de la campana de bicicleta, el llanto insoportable del niño, y la voz chillona y fantasmagórica del hombre de campo. Esteves me estaba demostrando que no tenía escrúpulos. Fue capaz de contratar algún brujo para enviarme estas advertencias que tenían la ventaja de no dejar ninguna evidencia legal, como para hacer una denuncia por acoso. No me atreví a comentárselo a Guerrero porque no soportaba que se fuera a reír de mí o descalificarme por supersticioso.
El viernes en la tarde, luego de la última demostración de la campana de bicicleta y el llanto del niño endemoniado y que, además, esta vez se nos manifestó en el chalé de Lorena, le pedí a mi novia que fuéramos a Guaibacoa, a ver a Papayoda. Solo él me podía ayudar contra este enemigo invisible y poderoso. Lorena tampoco la estaba pasando bien. Todo esto que me tenía estresado, también la tenía a ella muy ansiosa. Ella lo que me pedía era que no pasáramos por casa de mi abuela. Todavía no se sentía—y con razón—en confianza y perspectiva como para ir a conocer a mi familia. Yo le acepté eso, aunque no estaba de acuerdo, pero le pedí que me acompañara a visitarlos porque no podía pasar tan cerca sin ir a verlos; que no la presentaría como mi novia, sino como una amiga foránea que quería conocer lo bonito del puerto de La Vela, la Piedra de San Martín, y el puerto de Ferry en Muaco. Aceptó a regañadientes.
Todavía era temprano en la mañana del sábado y ya habíamos llegado a Guaybacoa. Entramos a la finca de Papayoda y apenas me sintió se puso contento. Él dice que ya sabía que yo iba a venir. Cuando me vio con Lorena se sonrió con esa sonrisa pícara. Hizo media sonrisa mientras le explicaba que “era una amiga que quería conocer por aquí, y bla, bla, bla…”. Nos sentamos en una mesa de madera, debajo de un frondoso mango, mientras bebíamos un helado té de vainas de cují, limón, yerbabuena y endulzado con papelón, que me supo a gloria. No sé si ver a Papayoda, o si beber ese guarapo, o si ambas cosas, me hicieron empezar a sentirme mucho mejor, a empezar a liberar esa carga. Puse al día a Papayoda con todo lo que me había ocurrido, y en especial, los sucesos paranormales que nos habían sucedido, y que eran el motivo de la urgente visita.
Papayoda buscaba en la tierra con la mirada. Trataba de encontrar alguna referencia. Me dice: “Son artes oscuras. No es mi fuerte luchar contra eso. Sin embargo, aquí cerca tengo una amiga, Doña Violeta, que es una especialista”. Llamó a una de las personas que le ayudan y le dio el mensaje para que viniera Doña Violeta. Mientras tanto, me dijo así: “Vamos a pedir en este momento por esta persona, por Esteves. Vamos a mandarle amor, nuestros mejores deseos. Yo lo estoy haciendo en este momento…”. Papayoda cerró los ojos y se detuvo unos segundos. “…Esteves, yo te bendigo. Le pido a tus ángeles que te hagan ver el error de querer destruir. Que te hagan entender que esta conducta te va a destruir a ti mismo. Que te hagan detener esta acción de inmediato”. Abrió los ojos y ahora me habló a mí, bueno, a nosotros dos. “Carlos, necesitas calmarte. Esta es una prueba, un obstáculo para tu entrenamiento de fortaleza mental. Practica la “oclumancia”, que es la habilidad para cerrar tu mente a quien la quiere penetrar con sus malos pensamientos y energías. Haz limpieza a diario con estas oraciones…”. Papayoda me entregó un papel con unas oraciones que traía en el bolsillo de su amplio y fresco pantalón de caqui. Era una hoja bastante usada y con dobleces. Se ve que eran su devocionario personal.
Desde que pensé en que Papayoda me podía sacar de esto, jamás pensé que le íbamos a “enviar amor” a este condenado de Esteves. Pensé que le íbamos a enviar un contrahechizo y que se le devolviera su mala saña. Mientras nos divertíamos Lorena, Papayoda y yo abrazando el ya famoso tronco de la mata de mamón, y disfrutábamos de la increíble vista de la montaña, la llanura y al fondo en inmenso Mar Caribe, nos avisaron que estaba llegando Doña Violeta. Es una señora de estatura media, muy delgada, de rostro rígido y sin espacio para una sonrisa. Nos veía como estudiándonos. Con Papayoda su expresión era diferente, mucho menos severa. Supimos más tarde que Papayoda le había salvado a un hijo luego de que lo mordiera una serpiente. Luego de la presentación, nos volvimos a sentar debajo de la mata de mango y, mientras Doña Violeta sopeteaba una taza de café de olla, escuchaba mi relato.
Doña Violeta tenía poderes especiales. Contaba con un grupo de ángeles y de espíritus que la acompañaban en el trabajo de sacar espíritus de las casas y hasta de las personas. Había gente que moría, por ejemplo, y su espíritu se quedaba en las casas y en los lugares y hasta empezaba a molestar a “los de este lado”. Doña Violeta nos explicaba que La Tierra es un lugar físico utilizado por múltiples dimensiones, y que estas están hechas para no guardar relación entre sí, solo que a veces hay algunos inconvenientes en las fronteras de estas dimensiones. Ella, que cuenta con poderes especiales de nacimiento, fue entrenada para hablar con personas que habían muerto, y para poner en orden estos espíritus entre dimensiones, y para el deber humano de ayudar a muchas almas que murieron y, o bien no se han enterado, o bien, necesitan ayuda para transitar de un plano a otro. Ella nos hablaba de la necesidad de la comunicación, de dejar al lado el orgullo para poder perdonar, perdonarse y ser felices. Nos contaba que a sus sesiones comunitarias llegaban personas con el deseo de comunicarse con sus difuntos para, ahora sí, mostrarles sus mejores sentimientos solicitar y dar perdones. Otras aplicaciones de sus poderes incluían el comunicarse con los difuntos para obtener contraseñas de cuentas bancarias, sitios de internet y un largo etcétera. Ella no cobra, sino que vive de la colaboración de las personas a las que ayuda, y que en varias oportunidades es bastante generosa, sobre todo cuando se trata de gente con dinero que recurre a ella por ayuda.
Después de escuchar los detalles de mi relato, Doña Violeta cerró los ojos unos largos segundos. Juntó la punta de sus dedos de cada mano con su correspondiente, como haciendo una olla. Luego, abrió los ojos y nos dijo así: “La bruja que lanzó estos ataques es muy poderosa. Tiene una energía de frecuencia muy baja. No voy a querer confrontarla porque nada bueno va a salir de eso. Lo que voy a hacer es hacerte unos candados de protección”. Doña Violeta nos pidió que le hiciéramos unos croquis de las ubicaciones de mi tráiler, del chalé de Lorena y de mi oficina. Le pregunté que si quería le pasaba una captura de Google Maps, pero me dijo que necesitaba los croquis. Los vio. Cerró los ojos. Hizo algunos movimientos con las manos y, tras un par de minutos nos dijo: “¡Listo! Ya está hecho. No les volverán a molestar de esta manera. Pero, deben tener mucho cuidado. Los asiste el bien. Su deseo es hacer el bien, construir, hacer la justicia. El bien sufre, pero siempre gana sobre el mal al final. No confronten a esta gente de poder a poder, o los arrasarán”. Así como llegó, se levantó, se despidió de Papayoda y se fue. Yo me levanté para entregarle un dinero, pero Papayoda me detuvo con su mano y con una mueca de que él se encargaría.
Nos despedimos de Papayoda que estaba feliz de haber podido ayudar. Regresamos a La Vela a comer un rico pescado frito, con arepa pelada, en un restaurant a la orilla de la playa. Después llevé a Lorena a la Piedra de San Martín, un monumento natural de una roca erosionada por el viento y por el mar, y que es un gran atractivo turístico en la vía de La Vela a Muaco, donde salen los ferris a las Antillas neerlandesas. Caminamos por la playa, pisando la todavía caliente arena. Rematamos sentándonos en una lanchita de madera atracada en la arena de la playa, para contemplar los múltiples tonos de naranja del crepúsculo. Lorena estaba feliz de compartir conmigo estas maravillas de este hermoso e interminable estado que es Falcón. Ambos nos sentíamos ya más tranquilos.
Llegamos ya con la oscuridad a casa de abuela Fefa, que nos estaba esperando con la cena. Abuela me recibió con el cariño de siempre, pero estaba hoy particularmente muy seria. La conozco y sé que lo que quería mostrar a Lorena que la suya era una casa de bien. “Bienvenida, mija, un placer”, le dijo forzando una sonrisa. Abuela se pone muy celosa, así que no le comentamos que habíamos ido a ver a Papayoda, pero ella ya sabía—en el pueblo chico las noticias viajan a la velocidad de la luz—y me preguntó, levantando una ceja: “¿Y cómo les fue con el viejo de la montaña ese?”. Nos miramos Lorena y yo y bajamos la cara de la vergüenza. Le expliqué a abuela Fefa, y a Margarita que ya se nos había integrado, que aproveché de llevar a Lorena por esos rumbos para que conociera dónde me la pasaba yo andando en bicicleta en mi infancia.
Abuela Fefa ya estaba un poco más relajada en la sobremesa. Lorena es muy dulce (menos cuando nos da el entrenamiento de natación), y en pocos minutos logró vencer el natural recelo de mi abuela y de Margarita. Las madres también tienen una gran intuición y abuela pudo ver de inmediato que nuestros corazones estaban unidos por un bonito sentimiento. Ella estaba feliz de verme tan bien, y ya luego de que le di más detalles y en persona sobre mi nuevo trabajo y sobre las cosas nuevas que estaba aprendiendo, ella se sintió mejor.
Abuela Fefa interrumpió nuestra plática para mostrarle su cuarto a Lorena. La llevó personalmente y la instaló en un cómodo cuarto de visitas. Luego vino conmigo y me leyó la cartilla: “No tengo que recordarle que esta es una casa decente, ¿verdad, Carlos Antonio?”.
Después de darnos un baño reparador, Lorena y yo nos pusimos guapos y nos fuimos a bailar en un lugar cubano en La Vela que se llama “El Danzón”. Cosa más grande, caballero. Disfrutamos de buena música tropical y nos relajamos mucho con unos mojitos. Nos encanta bailar, pero esa noche también disfrutamos del espectáculo de baile de salón de los cubanos: sus ruedas de casino. Es increíble la cantidad de sabor que tiene esta gente; la cadencia de sus movimientos, su perfecta coordinación al pasarse las parejas de uno y otro lado, las vueltas que rayan en lo acrobático, y esa sonrisa constante que contagia la alegría.
En la caminata de regreso a la casa de abuela Fefa, me quedé viendo la Luna, e imaginaba como depositaba allí todos mis pensamientos negativos, y como trataba de que mi corazón saliera amor para mis atacantes. Dormí mucho, me levanté tarde. Tenía varias semanas sin dormir completo. Mi mente inquieta estaba más tranquila. Salí a la mesa debajo de la mata de mango de Margarita a tomar mi desayuno y allí me estaba esperando. Saludé a Margarita y le pregunté por abuela Fefa y Lorena. Me dijo que habían desayunado más temprano y se había ido a caminar al solar. Lorena me contaría en el viaje de regreso que abuela la trató con mucho cariño. Que le hizo ver que también allí ella tenía una familia y que estaban a su orden para cuando quisiera regresar y pasar unos días. “¿Pero de qué hablaron?”, le pregunté. “De cosas de mujeres”, me cortó en seco Lorena. Lo que sí me dijo es que abuela le dio una tarjeta con su número de teléfono celular y el de la casa, y Lorena le pasó el suyo. Aunque confieso que me sentía mucho más tranquilo en el regreso que cuando veníamos para La Vela, el llanto incontenido de abuela Fefa cuando nos despedimos no me gustó para nada. Le inquirí el motivo de su llanto, pero ella solo me respondía que de emoción de haberme visto. Pero su llanto no era de felicidad. Parecía que presentía que mi integridad corría peligro.
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Arte de Geotechtips.
«Y este que les muestro en pantalla, estimados, es el programa de tendido de 120 mil toneladas de mezcla asfáltica, de varios tipos, que deberán ser colocadas en varias calles y patios de la refinería, así como en algunas carreteras cercanas, como colaboración con las autoridades locales», nos dijo Vicente Guerrero con voz firme y grave, en una de las salas de reuniones de B&S, en la que acudimos todo el equipo de supervisores.
La obra debía comenzar todavía en dos meses, pero él, como acostumbra, planeaba desde mucho antes para garantizar el éxito de nuestro trabajo. Mientras nos explicaba la coordinación de bancos de material, plantas de asfalto, recursos de transporte, las compañías que habían ganado las licitaciones de construcción, entre otros aspectos, se dio cuenta de que en el equipo teníamos muchas falencias en cuanto al conocimiento y criterios sobre el trabajo con mezclas asfálticas, incluso no estaban tan fuertes ni los más antiguos del grupo. Lo supe por un cambio en la mirada de Guerrero. Se quedó unos segundos detenido, yo creo que mientras se aseguraba de su juicio y tomaba su decisión. Se volteó, cogió el teléfono, marcó un botón y dijo: “Sra. Adams, por favor, póngame en agenda un requerimiento de capacitación para la Deep Blue”, y colgó casi sin esperar la respuesta desde el otro lado.
«Creo que todavía no están listos para esta obra. No hay problema. Vamos a solucionarlo. Pensé en enviarlos a Alabama, al Centro Nacional de Tecnología del Asfalto, o a México, al Instituto Mexicano del Transporte. Con ambas instituciones tenemos convenios de capacitación, pero no nos va a dar tiempo. Recordé que en la Deep Blue tenemos un programa de capacitación que contratamos al Instituto Venezolano del Asfalto, y es una grabación de un curso de dos semanas en tecnología de mezclas asfálticas, que va desde el diseño, fabricación y tendido. Lo imparte un buen amigo, el ya fallecido Ing. Gustavo Corredor Müller».
Nos ampliaría luego Guerrero que el curso no era una mera grabación, sino un aula virtual con ejercicios, videos de procedimientos, visitas a plantas de asfalto y trituradoras de agregado pétreo, descargas de hojas de cálculo y software, cuestionarios, entre otras herramientas de aprendizaje y simulación de situaciones de obra y laboratorio. Las grabaciones contaban con un módulo dedicado a la obtención del cemento asfáltico, a partir de los procesos de refinación, su reología y pruebas de laboratorio para la determinación de su grado PG. Este módulo había sido grabado en las instalaciones del Instituto Venezolano del Petróleo (INTEVEP), y facilitado por sus propios investigadores.
«Con el Prof. Corredor, lamentablemente fallecido unos años atrás, tuvimos una extensa relación aquí en B&S. Yo le conocí en uno de nuestros proyectos en Centroamérica, en el que participó como diseñador de estructuras de pavimentos para obras nuevas y de rehabilitación, y nos ayudó también en la procura de los bancos de agregado pétreo para los diseños de mezcla asfáltica, así como diseños con suelo-cemento. Era un profesional de dilatada experiencia como funcionario, consultor y académico. Su concurso fue clave en la capacitación de nuestro personal técnico y el de las empresas que habíamos seleccionado para la ejecución. El Prof. Corredor, fue presidente fundador del Instituto Venezolano del Asfalto. Como académico dejó obra literaria que es una referencia para tantas generaciones de profesionales en su formación. Fue un maestro de maestros. Es por esta razón que creo conveniente que tomen todos ustedes, sin excepción, tomen esta capacitación que ya se encuentra cargada en Deep Blue y, al terminar aquí, giraré una orden para que esto se lleve a cabo. Reclamo de ustedes un elevado rendimiento en las calificaciones del curso, y un esfuerzo extra en la supervisión de la ejecución de esta importante obra».
Una vez que Guerrero nos hubo despedido de la reunión para seguir con nuestras actividades, me pidió que me quedara con él para decirme algo a solas. “López, le tengo que dar una mala noticia. B&S acordó darle el tendido de las 40,000 toneladas de mezcla SMA a Servicios Trujillo”. “Pero, ¿cómo?”, le pregunté sorprendido a Guerrero. “Luego de tantos inconvenientes que nos han traído. Deberían haberlos expulsado ya de aquí”. “Sí—me dijo Guerrero encogiéndose de hombros—pero, el tendido de la mezcla SMA, que es un requerimiento especial para ciertas áreas que van a estar muy sobrecargadas con tráfico pesado lento, requiere de varias cosas especiales, como instalar aditamentos a las plantas, para la incorporación de fibra de celulosa y modificar el cemento asfáltico en la propia planta, adicionando unos químicos especiales, y además, comprar equipo nuevo de ensayo como un compactador giratorio, un equipo de rueda cargada de Hamburgo, y un viscosímetro rotacional. Fue un cambio de última hora que no estaba en la licitación original, así que tocó negociar con las contratistas que ganaron cada uno de los lotes. Servicios Trujillo fue la única que se ofreció a comprar los equipos, instalarlos en tiempo récord y entrenar a su personal para tal fin. Todo esto debió haber requerido un importante desmbolso económico. B&S ve con mucho agrado que las empresas hagan estas apuestas por la causa de nuestros proyectos, y le pagan esta fidelidad no solo con dinero, sino con la preferencia para futuras obras”.
Les confieso que quedé mudo. No podía dar crédito a lo que había escuchado. Me tendría que reencontrar con Esteves y ahora fortalecido y contando con el apoyo de la propia B&S, mi empleador.
Autor: Freddy J. Sánchez-Leal, sanchez-leal@geotechtips.com
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